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sábado, 8 de mayo de 2021

MEDICINA. Un gran cirujano.

 


Las manos y el lenguaje han permitido que pasáramos, hace unos cuantos millones de años, del mundo de la Biología al de la Cultura. 

 

Llegamos a la fase de “Homo faber” por tener manos. Más tarde, nos hicimos “Homo ludens” también por ellas. Un dedo oponible a los demás hizo posible que pudiéramos hacer cosas manuales con las finalidades más dispares, desde cazar hasta simbolizar. La propia mano alcanzó tal valor que se hizo símbolo a sí misma. Estrechamos la mano de otra persona para presentarnos, para cerrar un trato. Con las manos escribimos, comemos, nos aseamos, trabajamos, creamos. Hasta la mirada mágica pretendió augurar el futuro contemplándolas.

 

Vivimos inmersos en un excesivo “cerebro-centrismo”, el que identifica lo anímico con lo neuronal. Si Lacan dijo un día irónicamente que pensamos con los pies, en contra de esa reducción excesiva, la ironía es menor si pasamos a decir que pensamos con las manos. 


Somos teniendo, habitando, un cuerpo. Y en él, las manos permiten tocar incluso lo inefable. En el ámbito de las creencias religiosas, las manos han sido y siguen siendo esenciales. Con ellas se bendice a alguien, ellas hacen perceptible el milagro eucarístico partiendo el pan. Ellas reconcilian.

 

Hemos necesitado un virus con potencia letal para echar en falta la riqueza ritual de esas manos que se estrechan, que se posan en el hombro, que acarician. 


Somos humanos hablando y tocando… con las manos, sin las que todo contacto es pobre suplencia. 

 

Y, por eso, quien restituye la movilidad de las manos de otro, muestra la extraordinaria nobleza de la cirugía.

 

La cirugía muestra la singularidad de cada acto operatorio… y su milagro. Son las manos de un cirujano las que pueden obrar el milagro de oír la música lograda con unas manos recuperadas que vuelven a tocar un instrumento, el de facilitar la gestualidad de quien tropieza verbalmente sin ellas, el de permitir volver a ser como se era, antes de que una enfermedad o un accidente quebrara la posibilidad de expresión manual. 

 

Recuperar las manos en su funcionalidad es, en cierto modo, recuperar un lenguaje, algo literal en el caso de sordomudos, pero reconocible de modo universal. 

 

Hay muchos modos de mirar a la Medicina, desde la perspectiva dura, y realista a la vez, que mostró Klimt, hasta la que es sostenida por la fraternidad entre compañeros que acoge la admiración hacia lo que un amigo es capaz de hacer. 

 

Admiro a los cirujanos. De niño, presencié la seguridad curativa de mi amigo Norberto. Ya, siendo médico, contemplé la capacidad de mi amigo Antonio para ayudar a nacer, la de mi amigo Santiago de restaurar la visión. Muchos más he admirado y querido. Ahora, es otro cirujano y amigo, Ángel, a quien ya le había dedicado otra entrada, el que me anima, al verlo en el periódico, al recordarme con su semblante de seguridad, en estos tiempos tristes, que ser médico vale la pena, aunque sólo sea como observador de la proeza magnífica que otros realizan de forma cotidiana en un quirófano.

 

Como él, como Ángel Álvarez Jorge.


sábado, 9 de enero de 2021

Un milagro de la cirugía

 


Imagen con enlace a "La Voz de Galicia"

 

Un periódico, “La Voz de Galicia”, se hacía eco hoy de una proeza realizada hace unos meses. Se trata de la reimplantación con buen efecto funcional de una mano que una desbrozadora le había amputado a una persona. Un accidente laboral que pudo cambiar a algo claramente peor su vida y la de su familia. 

 

El titular, en estos tiempos de pandemias y nevadas, puede pasar desapercibido. Por otra parte, no es algo que ocurra por primera vez, pero a mí me ha impactado especialmente por dos motivos.  

 

Uno de ellos ya lo había comentado en otra ocasión. Aunque todos quienes somos médicos nos dediquemos a curar, paliar o acompañar, lo hacemos de un modo muy diverso. Además de quienes nos centramos prácticamente sólo en pruebas complementarias diagnósticas / pronósticas, lo que importa es usar todo el conocimiento que cada uno tiene para resolver problemas, para curar en la medida de lo posible y, en este sentido, suele diferenciarse entre patología médica y patología quirúrgica. 

 

Vivimos un tiempo en que se han ralentizado los avances médicos. Grandes impulsos como las revoluciones diagnósticas de imagen y de estudios moleculares, incluyendo los genéticos, así como en terapias, desde los antibióticos hasta una gama de anticuerpos monoclonales, parecen haber entrado en un cierto impasse. Si, como esperamos, las nuevas plataformas de vacunas funcionan adecuadamente y con seguridad, estaríamos ante un gran cambio en una defensa frente a gérmenes novedosos que, durante el año pasado, ha sido penosamente similar a la de 1918. Sería una excepción. También lo serían grandes promesas, como el uso de células pluripotentes inducidas, los métodos de edición genética, el desarrollo de nuevos citostáticos, de vectores nanotecnológicos o de antivirales, si se hacen realidad.  

 

Pero la necesidad del conocimiento básico, imprescindible para el desarrollo de la terapia médica es menor en el caso de la cirugía que, ya, ahora, puede beneficiarse del avance técnico existente para lograr metas inconcebibles hace relativamente poco tiempo, como la ayuda de robots, las conexiones cerebro-máquina, los accesos mínimamente invasivos, los implantes biónicos, etc. No cabe duda de que esta diferenciación tan tajante es simplista y requiere el concurso de diferentes ópticas en una tarea común. No obstante, a pesar de la simbiosis progresiva entre cirugía y tecnología, sigue persistiendo, más que nunca, la necesidad de un saber que funde la ciencia y el arte, un temple capaz de tomar decisiones en segundos y de tomarse un tiempo de horas si es preciso. 

 

El otro motivo por el que me impactó la noticia es personal. Ocurre que el autor de la proeza, el Dr. Ángel Álvarez Jorge, es amigo personal, fue compañero mío muchos años en el CHUAC, y tuve el honor de publicar con él un "paper" en el que describimos el uso de una citoquina, la interleuquina 6, como factor pronóstico en grandes quemados. 

 

El milagro recogido en el periódico no es el único realizado por mi amigo, fruto de un gran saber de su especialidad unido al temple al que me referí y a un magnífico seguimiento personalizado del paciente. 

 

Ángel ha sabido aprovechar el entorno en el que se hizo especialista, dirigido sabiamente por un excelente cirujano plástico, el entonces jefe de servicio, Dr. Martelo, quien, como todos los compañeros y amigos de Ángel, se habrá alegrado de ese éxito, viendo que, en Medicina y Cirugía, quizá en mayor grado que en otras actividades humanas, la buena transmisión del saber, que será constantemente actualizado por quien bien lo reciba, es imprescindible.  

 

Noticias así nos alegran a todos los que hemos convivido en un gran hospital y en épocas de más limitaciones, pero, quizá nostálgicamente, más entrañables en elementos como los criterios de autoridad científica, enseñanza y compañerismo, que han de regir entre médicos.

 

Dedicado al Dr. Ángel Álvarez Jorge.

 

 

 


miércoles, 18 de mayo de 2016

El triunfo de la cirugía


En 1964 sonaba una canción  interpretada por Charles Aznavour en las radios que ya se empezaban a llamar “transistores”, sin que nadie supiera realmente que era eso de un transistor. Sonaba “La mamma”. Una canción triste en la que Aznavour aludía a la próxima muerte de la madre, una despedida resignada. 

No era una canción agradable de oír cuando uno creía que su madre se moriría a consecuencia de unas quemaduras.
Es en momentos así cuando la figura de un médico se hace grande, omnipotente, porque con su saber desplaza la resignación y sostiene la esperanza hasta que la curación es definitiva en sus manos. La mirada infantil sólo amplifica lo que ya es real, la imagen juvenil, segura y apasionada de un médico por lo que lleva entre manos, la restauración de la salud y por un futuro prometedor como cirujano vascular.

Y uno aprende de paso, de oídas, que hay nuevos componentes en el organismo además de los conocidos por cualquier niño. Que hay estructuras parecidas pero distintas a las venas, con un nombre curioso, extraordinario. Se llaman arterias.

Poco tiempo más tarde esas arterias son visualizadas en su interior por el fotógrafo Nilsson. La atracción estética de la Medicina está servida, como ámbito de estudio de la vida. 
Pero la Medicina tiene poco de estético. No lo es un trozo de cadáver formolizado ni lo es presenciar la muerte de un niño por leucemia. Tampoco reconocer las insuficiencias actuales: ictus, Alzheimer, cáncer, enfermedades degenerativas…De hecho, hasta hay una perversión terminológica por la que nada peor para uno que ser considerado un caso “bonito” o interesante; sus perspectivas vitales se acortan considerablemente.

Pero, a pesar de los pesares, la Medicina siempre alberga la esperanza. Mala Medicina es si no lo hace. Hubo un tiempo en que fue mágica antes que científica y aun conserva algo de esa magia aunque ahora se le llame placebo. Y es que, de ciencia, tiene más bien poco por mucho meta-análisis y mucha estadística que la adorne. Se entendió que el avance en Biología Molecular facilitaría las cosas y, en cierto modo, lo ha hecho, pero a una escala muy limitada. Se depositaron muchas esperanzas en cada nuevo gran avance básico: los anticuerpos monoclonales, la terapia génica, las células madre, la lectura del Genoma, los microarrays… pero fueron todas, salvo algunas excepciones concretas, frustradas. Los tratamientos médicos siguen siendo más empíricos que científicos y la esperanza de vida incrementada lo ha sido por medidas de higiene, incluyendo el agua en las casas, el alcantarillado, las vacunas y los antibióticos.

No parece que sea en la Medicina “médica” en donde vayan a darse los grandes cambios resolutivos, sino en la Medicina quirúrgica. 

Hace bastantes años se publicó un libro cuyo título era “El triunfo de la cirugía”, un tanto osado entonces, pero prometedor, pues parece en efecto que los triunfos van por ese lado, por el quirúrgico más que por el médico. 

Ocurre que es la cirugía la que polariza ya todo lo bueno de la técnica, de la ingeniería, aplicado a la restauración de la salud. Y la técnica va muy por delante del conocimiento (en todos los órdenes). No sólo el acto quirúrgico se ha perfeccionado y simplificado. Hay robots, como el Da Vinci, que facilitan las cosas. Los exoesqueletos comienzan a hacerse una posibilidad real en vías de popularizarse y progresivas mejoras en sistemas de transducción de señal permiten que un deseo motor sea reconocible y transferido a un brazo robótico.

Retinas artificiales, reconstrucciones por impresión 3D, marcadores basados en la nanotecnología… el campo quirúrgico ya no será sólo el anatómico convencional.

En 1967, el Dr. Favaloro hizo la primera operación de By Pass. Es difícil augurar lo que ocurrirá cien años después, en 2067, pero no es descartable que para entonces los ciegos vean, los sordos oigan y los paralíticos anden… gracias a la cirugía con sus nuevos materiales y métodos.

Hubo un tiempo en que el orgullo cientificista hacía ver en la cirugía el fracaso de la Medicina. Eso fue y sigue siendo un gran error. La Medicina sigue esperando milagros mientras que la Cirugía empieza a realizarlos.

Hay, curiosamente, algo que potenciará ese avance quirúrgico, la singularidad de cada cirujano. Frente a tanto protocolo y algoritmo médico, el cirujano seguirá teniendo que actuar él con todo su ser y saber en un acto presente, aquí y ahora. Tener más posibilidades técnicas no lo eliminará sino que realzará el papel vital que su acción comporta. 

Este post es dedicado a mi amigo el Dr. Norberto Galindo Planas, un gran cirujano, sabio humanista y bella persona.

miércoles, 27 de abril de 2016

Ser médico. Saber escuchar y hablar.


Todos creemos saber qué es un médico, pero cada vez resulta más difícil decirlo. Siendo simplistas, podríamos limitarnos a la acepción del diccionario de la Real Academia: “persona legalmente autorizada para profesar y ejercer la medicina”. Es decir, alguien que, tras haber cursado los estudios pertinentes y pasado las pruebas necesarias, recibe el título de licenciado en Medicina (no sé ahora; antes, esa titulación indicaba que uno también era licenciado en cirugía, para peligro general). Pero no basta con eso. Se requiere una especialización incluso para ejercer la medicina general (medicina de familia). Es entonces cuando observamos la gran heterogeneidad de médicos: internistas, patólogos, dermatólogos, psiquiatras, cirujanos generales, urólogos, etc. 

Los avances técnicos propician que las viejas especialidades (muchas de ellas establecidas desde la concepción anatómica) se vayan transformando. Es probable que, en una década o menos tiempo, algunas de las especialidades actuales hayan desaparecido en muchos hospitales, por extinción general o por centralización. Otras, principalmente las quirúrgicas, se verán transformadas por la robotización y los grandes avances biónicos, que proporcionarán un gran avance en tratamientos quirúrgicos, en contraste con el impasse que vemos en la investigación farmacológica.

En este contexto, la figura del médico es ya muy lejana a la que conocíamos no hace tantos años. Aun podría decirse que es médico realmente sólo el que ve pacientes, pero esa mirada ya no se da como se daba, sino de modo parcelado por la especialización y cada día más sometido a protocolización y “calidad” según el gran referente industrial, la fabricación de automóviles.

El médico sigue siendo necesario en lo fundamental, mostrado en lo que su conocimiento y su humanismo revelan a través de su lenguaje. Uno es propiamente médico cuando sabe hablar y escuchar, algo muy infrecuente por desgracia.

Saber escuchar y saber decir lo adecuado para cada cual no es algo que se aprenda en ninguna facultad ni, mucho menos, en los ridículos cursos de coaching, persuasión y métodos de venta, porque, en Medicina, aunque se viva de ella, el médico no ha de vender propiamente nada o, lo que es equivalente, ha de mostrarse a sí mismo como valioso, fiable y a la vez limitado, a cada paciente.

¿En qué consiste eso? No hay más forma de saberlo que aprender de otros. De cada uno de esos otros. No es algo que pueda generalizarse ni mucho menos “algoritmizarse” porque siempre es un saber de alguien concreto o de muchos “alguien”. Sólo el contagio o la lectura de una narración biográfica pueden permitir intuirlo.

Hay dos médicos que han mostrado recientemente el valor insustituible de la palabra en Medicina. Uno es el ya fallecido Oliver Sacks, neurólogo. Otro, es Henry Marsh, neurocirujano. Es curioso que, en esa recuperación del valor del lenguaje cobren mayor vigencia los médicos que podríamos llamar del cuerpo (que miran u operan tejido nervioso) que los del alma, con tanto psiquiatra obsesionado por "biologizar" algo tan importante como su propia especialidad. 

Sacks recuperó la importancia de la escucha, de dejar hablar al paciente, atento a lo que puede revelar a quien sabe (y Sacks sabía mucho) cuando se le deja hablar.

Marsh nos cuenta en su ya célebre libro “Ante todo, no hagas daño”, la singularidad de ese hablar, de ese encuentro único entre un médico y su paciente. A la vez, deja constancia de los catastróficos efectos de la pretendida modernización organizativa, gerencial, de la Medicina.

Sacks y Marsh se muestran como dos grandes médicos e indican que en Medicina sigue siendo vital, en el sentido auténtico del término, el reconocimiento de que todo cuerpo humano habla, aunque esté callado, y no sólo por sus síntomas y signos, sino fundamentalmente por la palabra misma y por sus silencios.

Por el camino que vamos, es probable que la singularidad de la relación clínica vaya siendo restringida cada vez más a la cirugía, quién lo iba a decir, porque es en ese ámbito donde son más probables las aplicaciones tecnológicas y es ahí en donde la personalidad y saber de un cirujano son especialmente decisivos.

Quién sabe... es probable, así lo espero, que en poco tiempo, tengamos un nuevo libro que añadir a los de Sacks y Marsh, de alguien, cirujano amigo, que tiene mucho que decir de la Medicina entendida como pasión.