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jueves, 10 de marzo de 2016

MEDICINA. La obsesión curricular y el olvido de la compasión.

“Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”
Mt.6,3.

“Adquirir conocimiento de nuestra propia negatividad es una tarea que ha de llevarnos toda la vida”
Dalai Lama. 

“Nada, sino la conciencia de tu propia debilidad, puede hacerte indulgente y compasivo para la de los demás”
Fénelon


Podría decirse que las próximas generaciones de médicos serán las mejor preparadas y no sólo porque la Medicina misma avance sino porque están constituidas por los que iniciaron su carrera gracias a superar una alta "nota de corte". Pero es una afirmación arriesgada.

Una vez licenciados, especialidades, cursos y más cursos, másters, comunicaciones a congresos y publicaciones (si es posible, en revistas de impacto) irán configurando el curriculum de cada uno. Alguno se hará doctor, aunque el sosiego y la investigación lúdica que suponen las tesis de verdad van relegándolas a cosa del pasado y sustituyéndolas por dos o tres publicaciones "relevantes". 

Por supuesto, es esencial la comunicación del conocimiento, pero hay demasiado ruido en ello. Por ejemplo, si buscamos lo que PubMed recoge sólo en 2015 sobre “cancer”, nos encontramos 157.064 publicaciones (un promedio de 430 al día), lo que sugiere que hay mucho parloteo frente al avance oncológico real (terapéutico). Sabemos por qué ocurre ese exceso bibliográfico. Desde la perspectiva de la medicina llamada científica se asume lo peor del cientificismo, que implica convertir al científico en alguien que publica cosas. Es el tristemente célebre "publish or perish". Algo va mal.

Se pasa así a confundir el buen hacer médico con un curriculum baremable en el que el saber real cada vez importa menos en una medicina concebida al modo industrial. Si hay guías y protocolos, bastará con aplicarlos al paciente objeto. ¿Para qué estudiar? Es llamativo que desaparezcan bibliotecas magníficas en algún hospital que yo conozco. Es casi peor que si se quemaran los libros, porque el hecho de quemarlos les daría, sin pretenderlo, un valor que les niega el expurgo, el olvido.

Esa lamentable confusión de ser y saber con tener (másters, diplomas, publicaciones, etc.), llevada al límite, hace que el propio médico no se conciba biográficamente sino biométricamente. 

Queda un saber propio que brilla especialmente en el acto quirúrgico, pero hasta eso está siendo cada día más relevado para bien y para mal gracias al avance técnico y a la robótica.

No sólo la necesidad del estudio ha pasado a despreciarse (se da la situación de médicos que sólo han aprendido por "apuntes"). Hay algo mucho más importante que está en caída libre; se trata de la vocación. Ese término ha sido desprestigiado quizá por su connotación religiosa pues tal parece que la vocación sólo alude al sacerdocio y no es concebible fuera de él.

No obstante, "vocación" es una hermosa palabra porque se refiere a un impulso noble, a encontrar un qué hacer con la vida relacional, qué hacer para que el mundo sea mejor con nuestra acción, con nuestra escucha y nuestra mirada. A veces, ni la palabra es precisa. Todas las actividades pacíficas son importantes, pero hay algunas que parecen requerir un plus vocacional; son las que tratan de enseñar, de curar, de socorrer, de ayudar a vivir mejor.

Y para sentir esa vocación no es preciso percibir llamadas sobrenaturales, sino tener un corazón compasivo. En la clínica no se trata de elegir entre un modelo "House" y un sentimental ignorante, pues la compasión real del médico no es sensiblería sino pasión por conocer sobre aquello que lleva entre manos, desde la humildad.

Hay una hermosa película que tiene relación con la Medicina, aunque la Medicina no se vea en ella. Se trata de "Intocable". Puede interpretarse de distintos modos, puede gustar más o menos (es difícil que no lo haga). Pero es apreciable en ella un ejemplo magnífico de lo que es la compasión real, la que se da sin que incluso el que la practica (en este caso el hombre contratado, Driss) alcance a saberlo. Podría decirse que la mano izquierda de Driss no sabe lo que hace su mano derecha ni falta que le hace. Driss es compasivo porque regala lo que tiene sin tener nada, su ser, transmitiendo su propia alegría (no es artificioso). Es compasivo porque sabe dar espontáneamente a quien, teniendo toda clase de ayuda, carece de la esencial. Es compasivo porque ofrece risa espontánea y contagiosa. Sin saber nada es curativo, precisamente por su compasión nada compasiva en el sentido tradicional del término.

A la vez, el incapacitado Phillipe es, también sin saberlo, compasivo, permitiendo que Driss se humanice todavía más.

La película, basada en una historia real, muestra algo profundo: ningún curriculum, ningún saber frío por bueno que sea técnicamente, es comparable al efecto de un corazón compasivo. Los curricula, la cultura "tenida" quedan en muy segundo plano ante la posibilidad vital de la verdadera compasión.

Esta es, como algunas otras, una película que todo médico debería ver… y entender. Le sería más útil que ir a congresos. Y sus pacientes serían más beneficiados.