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domingo, 16 de octubre de 2016

Cientificismo delirante. La "parentalidad positiva".


Ser padres no es tarea fácil. Claro que, en realidad, tampoco es propiamente una tarea pues, a diferencia de otras que sí lo son, se trata de una relación y no de un trabajo dirigido a metas, a objetivos. Pero eso es lo que creemos los antiguos. Resulta que, para una gran cantidad de expertos universitarios, hasta ahora no se sabía bien cómo ser padres y es preciso el auxilio de la evidencia científica para conseguir algo tan complicado.

Hay que ser positivos. La "psicología positiva" expande su campo de acción y ahora, por fin, pasa a ocuparse de los atribulados padres que no saben cómo educar a sus hijos. 

Gracias al loable trabajo de tantos expertos disponemos incluso en nuestro país de una magnífica web cuyo nombre es claro: “Familias en positivo”. En esa página los aprendices de padres pueden disponer de numerosos recursos, como una guía práctica para trasladar a los padres y las madres el potencial educativo del deporte en el desarrollo de sus hijos e hijas”. Pero quizá el recuso principal ofrecido sea la “Guía de buenas prácticas en parentalidad positiva”. Alguien se preguntará qué es eso. Pues bien, la parentalidad positiva se refiere al “comportamiento de los padres fundamentado en el interés superior del niño, que cuida, desarrolla sus capacidades, no es violento y ofrece reconocimiento y orientación que incluyen el establecimiento de límites que permitan el pleno desarrollo del niño”, algo absolutamente novedoso, pues atiende a la “necesidad de sustituir el concepto de autoridad parental, centrado únicamente en la necesidad de lograr metas de obediencia y disciplina en los hijos e hijas, por otro más complejo y demandante como es el concepto de responsabilidad parental”. 

Se trata de apoyar el ser “madres y padres en positivo”, no en negativo como parece haberse hecho durante milenios. De hecho, en un trabajo publicado en “Psychosocial Intervention” se nos recuerda que la recomendación del Consejo de Europa 19 (2006) al respecto de estas positividades “se basa en la idea de que todos los padres precisan ayuda psico-educacional (por ejemplo, online) para realizar mejor su tarea como padres. El soporte online ofrece un rango de oportunidades de desarrollo que ha sido apodado como e-empoderamiento”.

La Guía de buenas prácticas resultaría, si no tenemos motivación positiva de partida, un texto soporífero porque no parece decir nada, excepto repetir hasta la saciedad términos que podemos ver en cualquier manual de marketing. Por el contrario, desde la positividad asertiva, entenderemos la necesidad de esa insistencia y la riqueza del Decálogo que la inspira, uno de cuyos puntos es la “Fundamentación Científica” (¿adónde iríamos sin la ciencia?), aunque no sabemos en qué reside tal base pero sí que se logrará haciendo uso de indicadores basados en respuestas cualitativas. Y es que “se proponen esos indicadores porque se trata de apresar elementos observables con los que poder constatar sin equívocos la presencia de esa buena práctica”.

La ciencia siempre responde, aunque no esté. Y es necesario que lo haga porque “se alzan muchas voces de desánimo entre los propios padres y madres, quienes en ocasiones se ven impotentes en su tarea al no saber cómo actuar para lograr metas educativas tan complejas”

La parentalidad positiva es ya esencial y, quizá por ello, su ejercicio debe ser considerado como un ámbito de la política pública”. Alguna mente muy torpe llegará a evocar la peculiar interacción de política y familia en regímenes ya pasados de moda en nuestro medio, como el nazi o el estalinista, pero no es eso lo que se pretende, en absoluto, sino algo que quizá pronto sepamos.

Afortunadamente, nuestros representantes políticos, siempre atentos al bien común y abnegados en su labor, no son insensibles a su esencial implicación en la educación de los padres y por eso aprobaron en el Congreso de Diputados una proposición no de ley urgiendo al Gobierno a emprender acciones que promuevan el principio de la parentalidad positiva (6 de junio, 2011)”.

Los antiguos, quienes tenemos el cerebro ya esclerosado, no llegamos a apreciar la bondad de algo que, como su nombre indica, es positivo. Estamos anclados nostálgicamente en la Historia, recordamos al "pater familias" romano y sus exageraciones permitidas que a veces eran, aunque legales, letales.

Y recordamos a Freud, que nos habló del superyó, algo también en desuso gracias a la ciencia. 

La nostalgia llega a propiciar la herejía e inmerso en ella me declaro. Sigo creyendo que ser padre no es algo que se aprenda de expertos sino de la relación misma de paternidad con el hijo que se tiene y desde el hijo que uno fue. Con todos los defectos de cada cual, se es padre siendo, no haciendo cursos para lograr metas. El niño es un sujeto en construcción que debe obedecer, algo que suena muy mal en esa parafernalia positiva que ni positivista es. 

El niño ha de internalizar la ley paterna para no ser un salvaje y en esa internalización que llega a ser inconsciente juega un papel importante algo que no se aprende en libros ni en videos. Es el amor de verdad, el que implica la autoridad que hace de los padres para el niño algo muy diferente a lo que puedan suponer para él otras personas por expertas que sean.

Por supuesto, las familias hoy no son como hace incluso pocos años. Las hay monoparentales, existen los matrimonios homosexuales, etc. Y sigue y seguirá habiendo conflictos y trastornos que requieran ayuda de verdad por parte de psicólogos clínicos, psiquiatras infantiles y educadores. Sigue y seguirá habiendo neurosis cuya raíz es familiar. Pero tratar de homogenizar desde una ciencia que no existe para ello el “ser padres” sólo puede conducir a una infantilización aun mayor de la sociedad en que vivimos, algo que, lamentablemente, lleva ya cierto recorrido con el beneplácito de los poderes públicos.

Lo más llamativo en este caso es la alusión a la "evidencia" aunque no se vea por ninguna parte, y a la ciencia aunque no haya ciencia posible de lo subjetivo. 

La parentalidad positiva es uno de los mejores ejemplos de cientificismo, el que desconoce la ciencia pero la invoca constantemente con ánimo de persuadir para acabar tocando lo que es pura pseudociencia mediante un lenguaje que se enmarca en esa confusión actual de la oratoria con la charlatanería.