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sábado, 6 de mayo de 2017

PSICOANÁLISIS. Sobre la Jornada del Instituto del Campo Freudiano en A Coruña.


"El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo". Gen.2,20.

Nombrar es el primer paso para entender. La ciencia parte de un “qué” nominativo, taxonómico. No es lo mismo un león que un cangrejo, el cinabrio o un abedul; un quark que un gluon. Sus nombres los diferencian tanto como su ser.

Nombrar es también el primer paso para acoger, el primer acto de amor hacia quien ha nacido. Cada uno de nosotros ha sido nombrado culturalmente, familiarmente. Somos identificables por un nombre y unos apellidos. Recibirlos nos da el ser como humanos, como seres singulares, abiertos al sentido porque lo hemos sido para alguien.

Podría decirse que hablamos y somos llamados, nombrados. Esa lengua en la que existimos, nos movemos y somos, nos acoge en el mundo, constituyéndonos. No sabemos mucho más. Hay quien se empeña en identificarnos como la palabra inscrita molecularmente en cada una de nuestras células, de tal modo que seríamos lo que nuestro ADN “dijera” que somos, pero, desde el momento en que nos percibimos como existentes, esa descripción molecular, por completa y oracular que se pretenda, no basta.

La tentación angelical, luciferina, es hoy transhumanista. Del cuerpo y alma pasamos al hardware y al software. Y la reproducción puede superar las limitaciones y determinaciones biológicas y ser resultado de la técnica. Informado por un software genético, un niño podría ser el resultado de un cigoto que crece en una incubadora, feliz conclusión final de una carrera hacia la obtención de niños objeto, vivos como mascotas animales, cuyos pasos intermedios abarcan desde la fecundación in vitro a los vientres de alquiler (o altruistas), diferenciando e indiferenciando paradójicamente a la vez reproducción, sexualidad, gestación y, especialmente, sexo y maternidad.

Intervenciones en el cuerpo que nacerá. Intervenciones en los cuerpos ya nacidos, con “arreglos” quirúrgicos que llegan a fosilizar la imagen juvenil en un cuerpo anciano. Intervenciones quirúrgicas, hormonales, psicológicas, que también ayudan a una pretendida elección de posición sexual, como si no fuera algo determinante y bastante determinado por la interacción del cuerpo y el deseo.

La tecno-ciencia, deseosa de actualizar lo posible, sugiere la posibilidad de “acelerar” la evolución en un sentido de supuesta mejora: cuerpos más resistentes, más longevos, bebés sanos y más inteligentes… Nada estaría ya determinado. Ni siquiera el sexo, que abarcaría un continuum de posibilidades en el que situarse a voluntad. Uno elegiría su posición sexual aquí y ahora.

Pero resulta que tanta rapidez de pretendido avance desorienta y, en vez de soluciones, plantea preguntas. Seguimos siendo sexuados y, a la vez, seres hablantes. Y tan nefasto puede ser el olvido de nuestra lengua primordial, la que hace madre a la mujer que la habla, la que nos ha insertado en la cultura del modo singular en que lo haya hecho, como la ignorancia de lo animal en lo que nos enraizamos biológicamente.

Ese olvido, esa ignorancia, a veces camuflados bajo la forma de un pretendido avance liberador, tienen consecuencias en el modo de sentirnos, de ser en el mundo. Tienen consecuencias clínicas.

Y, por eso, desde la clínica, desde ese empirismo basado en el encuentro con el sufrimiento y perplejidad singulares, con el caso por caso, y desde una reflexión auxiliada por todas las disciplinas humanísticas, el Psicoanálisis puede formular de un modo lúcido y con un gran vigor intelectual preguntas que siguen siendo esenciales porque no olvidan lo que es consustancial al hecho de ser humanos, a pesar de los supuestos cambios en lo que no cambia tanto. El Instituto del Campo Freudiano en A Coruña lleva haciéndolo ya dos décadas, dedicando su XXI Jornada, celebrada en este mes, a un tema importante, “MUJERES, MADRES Y OTRAS POSICIONES FEMENINAS DEL SER”.

No ha sido una Jornada de la que emanen conclusiones, como suele ocurrir en encuentros médicos o de otras disciplinas. No las hay. Sólo es posible, como en otras Jornadas previas, enunciar mejor las preguntas esenciales y eso parece haber sido plenamente logrado. 

En un encuentro así, mucho y bueno se dice. Tratar de resumirlo sería un intento vano, absurdo. Hubo ponencias sencillamente brillantes, porque su brillo intelectual se acompañó de la modestia de la búsqueda, una conferencia final magnífica por parte de una persona sabia, como es Mónica Marín, y un debate posterior del que surgieron motivos de reflexión, preguntas para después, porque las respuestas siempre son operativas y limitadas, enmarcadas en una consciencia socrática.


Si el psicoanálisis llega a ser singularmente terapéutico, es también una revolución en el conocimiento universal del ser humano. Una revolución paradójicamente perenne, porque siempre supone la apertura a cuestiones que sólo son generales porque afectan a todos, pero que no lo son porque lo hacen de uno en uno. Esa formulación tensional, paradójica, lo aleja de la Filosofía, que renuncia al determinismo irracional que desconocemos en nosotros mismos. Aceptándonos en esa ignorancia radical, nos podemos liberar algo; lo que sea, no será poco. Hablando desde ella, podemos vislumbrar mejor el enigma que mantiene viva la gran pregunta, tantas veces angustiosa, sobre qué somos.