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martes, 16 de mayo de 2017

MEDICINA Y PSICOANÁLISIS. La obsesión cientificista.



En el diario “El País” se recoge que El Colegio de Médicos de Madrid tumba sus secciones pseudocientíficas. Cierra cursos y vocalías de homeopatía y otras pseudoterapias por carecer de evidencia científica”. Vemos así como, de la noche a la mañana, puede pasarse del amparo a veces aparentemente excesivo a lo que parece censura. Todo en nombre de la ciencia.

En el número de mayo de este año de la revista “Investigación y Ciencia” (poco sospechosa de ser pseudo-científica) se recoge la reseña de un libro cuyo título es “Homeopathy. The undiluted facts”. En ella, quien la hace (doctor en física química) afirma lo siguiente: “Y esto probablemente sea lo mejor de la obra: descubrir la opinión del experto que cruzó el abismo y que es capaz de mirar a ambos lados de él”. Nunca sobran la modestia ni el rigor.

Ocurre que la Medicina, por más que se empeñen muchos, no es una ciencia, aunque el conocimiento científico le sea esencial. Y, por eso, alegar cientificidad o su ausencia, en lo que parece una deriva persecutoria de ciertas prácticas puede ser muy osado. 

Me parece claro que la homeopatía carece de base científica. Es sabido por qué. Diluciones que van más allá del recíproco del número de Avogadro pueden no albergar ni una sola molécula de principio activo. Por otra parte, los ensayos clínicos no parecen arrojar evidencia consistente de que un producto homeopático sea superior al placebo en diversas situaciones. Ahora bien, por la misma razón que se alude a la ciencia (sacralizando demasiadas veces una estadística que pocos entienden) para denostar la homeopatía y quién sabe si proscribir su práctica, debiera recomendarse desde las mismas dignas instituciones colegiales que no se usaran fármacos que no muestren eficacia superior al placebo o que actúan sólo sobre marcadores sin tener efectos preventivos en términos de morbi-mortalidad, yendo a la vez acompañados de efectos secundarios potencialmente peligrosos. 

Estamos en un terreno pantanoso porque no es sólo ciencia lo que se pone en juego en la relación clínica, sino algo más. Algo que tiene que ver con el encuentro de subjetividades y de lo que es buena muestra el efecto placebo, de tal modo que, si la homeopatía no sirve, puede ocurrir que un médico cure determinadas situaciones con ella; porque quien cura en realidad acaba siendo el médico con su escucha, con su palabra y muchas veces con algo que no es más (ni menos) que un placebo, sea la desmemoriada agua homeopática o un determinado antidepresivo.

Pero, si hay pseudo-ciencias, no es asumible aplicar tal nombre a todo lo que no pueda llamarse ciencia. Así, la osadía alcanza niveles reveladores de gran ignorancia cuando en las “otras pseudoterapias” se incluye el Psicoanálisis, definido como "una aproximación filosófica al estudio de la mente humana".  Decir tal cosa supone simplemente no saber qué es el psicoanálisis, pues nada más alejado de la aproximación filosófica, siendo como es fruto de la clínica, situación empírica, que no experimental, donde las haya.

¿Por qué esta deriva pretendidamente proteccionista? Un médico o un psicólogo clínico están avalados por sus titulaciones oficiales, algo que reconoce la sociedad, la ley. Si alguien incurre en mala praxis deberá actuarse en consecuencia, pero mala cosa parece un intento preventivo basado en la opinión de expertos no clínicos o de sociedades autodenominadas científicas, especialmente en un tiempo en el que los conflictos de interés no parece que hayan desaparecido. Y mala cosa es lo que parece una muestra de hablar de lo que no se sabe para esgrimir intentos de aparente censura.


Ni la ciencia precisa defensores, pues se basta a sí misma, ni el psicoanálisis los requiere, pues sus efectos son abundantes y conocidos por muchos, aunque cada uno lo haga en su singularidad. Y es que la cura, analítica o médica, clínica a fin de cuentas, acaba siendo siempre la de alguien, de uno en uno, porque, como tantas veces se suele decir, aunque se ignore por cientificistas, no hay propiamente enfermedades sino enfermos. El psicoanálisis no es una ciencia ni una filosofía pero, desde su saber clínico y la reflexión que implica, ha revolucionado muy saludablemente la cultura, dando a conocer el crucial papel que en toda actividad de los hombres y su historia juega algo que a cada uno le es inconsciente. A muchos “científicos” les vendría bien un encuentro analítico para saber de qué hablan cuando critican el psicoanálisis. Ni la ciencia ni el psicoanálisis precisan defensores, pero sí la libertad. Cada día más.

sábado, 22 de abril de 2017

CIENCIA. La triste confusión entre ciencia y creencia o el olvido del método.


Un artículo periodístico tiene un título llamativo: “La mitad de los españoles cree por error que la homeopatía funciona”La expresión “cree por error” parece absurda, porque la creencia supone asumir la propia posibilidad de error; de no hacerlo, no es tal creencia sino fanatismo.

En dicho artículo se indica, entre otras cosas, que el Director general de la Fundación Española para Ciencia y Tecnología (Fecyt) se ha mostrado convencido de que "los poderes públicos deberían hacer algo para tratar de sacar a los ciudadanos de este error". Parece deseable que esa tarea sugerida opere en el orden educativo, principalmente de niños y jóvenes, y no en tendencias inquisitoriales como las que ya se están viendo en algunos sectores. 

Todas las revistas de divulgación científica (también la sección de “El País" que recoge el artículo citado) insisten en general en los resultados, en los avances epistémicos, pero el método queda en un oscuro segundo plano. Y así aparecen titulares espectaculares como los que señalaban en su día que Einstein “tenía razón” con ocasión del descubrimiento de las ondas gravitacionales. Para el avance científico da igual en realidad que alguien tenga o no razón, incluso llamándose Einstein. De no detectarse esas ondas, no pasaría propiamente nada negativo. La ciencia es insensible a famosos aunque necesite mentes geniales y seguiría su curso, refinando o descartando teorías, construyendo nuevas hipótesis, como siempre ha venido haciendo desde que es ciencia. No se trata de acertar, de tener razón, sino de trabajar con disposición receptiva, podría decirse que femenina (al margen de que el científico sea hombre o mujer). A principios del siglo XX, se creía por parte de grandes físicos que su disciplina estaba completa, cuando el estudio del cuerpo negro mostró una realidad más cruda y, a la vez, extraordinariamente bella. Fue estupendo que los grandes físicos clásicos no tuvieran razón al estudiar el cuerpo negro. No tendríamos la mecánica cuántica, que acabó imponiéndose a pesar de las reticencias de un gran clásico como fue Planck. Fue también en esa época cuando la teoría de la relatividad refinó extraordinariamente la perspectiva newtoniana.

La ciencia se basa en la bondad de su método (cuando es bien empleado, que habría mucho que discutir sobre esto). No es sólo el relato de sus resultados. La creencia ciudadana en la ciencia suele serlo más bien en una historia de ella, en quienes la divulgan y se facilita por las incontestables aplicaciones de la ciencia para mal o para bien: sin ciencia no habría bomba atómica; sin ciencia, no habría ordenadores. Los ejemplos son muy abundantes, pero cuando las aplicaciones son menos claras, algo relativamente frecuente en el ámbito médico terapéutico, la creencia como tal, sea en el relato científico o en uno alternativo, está servida.

Lo importante no es el teorema de Pitágoras en sí mismo, a pesar de su interés incuestionable, sino cómo fue descubierto. Lo importante no es la teoría evolutiva por sí sola, a pesar de ser el gran marco científico en lo concerniente a la vida, sino cómo fue elaborada, desconocer esto ha abocado a muchos a fantasías dogmáticas creacionistas. Por poner un ejemplo banal en Medicina, lo importante no es tanto el riesgo relativo cuanto el absoluto; habrá pacientes que precisen estatinas, pero … ¿cuántos son tratados de por vida con ellas sin necesidad con finalidad de prevención primaria? Sería éste un caso de creencia acrítica en resultados divulgados, obviando el método con que se han obtenido y lo que realmente indica.

Mientras se olvide el método, mientras se persista en un enorme analfabetismo científico, el acto de fe que supone toda creencia no distinguirá entre ciencia y pseudo-ciencia. Y la decisión política sólo tiene un campo de acción al respecto: facilitar una enseñanza metodológica más que de contenidos curriculares, inducir que se aprenda a pensar críticamente, que se cuestionen las verdades aparentes, que se enseñe qué es realmente la ciencia, el extraordinario valor de su método, y que se contemplen también sus límites, tanto los intrínsecos como los pragmáticos.

No es necesario defender el valor de la ciencia con prohibiciones sugeridas por protectores escépticos, pues se basta a sí misma. Es suficiente con saber enseñarla, que acaba siendo lo mismo que fomentar el pensamiento crítico y el aprendizaje de un método que, entre otras cosas, implica algo tan olvidado como la repetición y el olvido del narcisismo.


Ya sabemos que repetir observaciones, experimentos, es aburrido. Ya sabemos que descartar muchas horas de trabajo porque un resultado no “case”, supone un trastorno personal y puede acarrear consecuencias profesionales en la obsesión por publicar. Pero sin esa insistencia en la reproducibilidad, en la buena repetición, sin ese acto amoroso que supone primar el conocimiento real frente al deseado, estamos abocados a la repetición de lo peor.

En nombre de la ciencia, la propia ciencia puede ser ignorada, cediendo el paso a la creencia, aunque sea una creencia "científica".