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viernes, 7 de octubre de 2016

Los vigilantes. Gestores y expertos. Hacia la infantilización por el empoderamiento.


Resulta que sí, que la RAE recoge en su diccionario el término “empoderar”, aunque lo hace con una sola acepción: “Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”, lo que podría significar dar alimento o incluso armas a los pobres; pero también ascender al mediocre que, a fin de cuentas se sentirá desfavorecido si sus esfuerzos por trepar pasan desapercibidos. 

Constantemente se habla del empoderamiento. Y se hace incluso por parte de quienes están implicados en la educación misma, cada día más confundida con el adiestramiento. Estos días se celebra un congreso de título llamativo: “Hacia el Empoderamiento de los Profesionales de la Educación”, organizado por Asociación Nacional de Inspectores de Educación.
De ahí, los inspectores saldrán empoderados para inspeccionar mejor y podrán a su vez empoderar a otros. Y saben hacerlo bien en la elección de ponentes, contando, nada menos, que con la maestría incuestionable de Elsa Punset, dignísima hija de su egregio padre, quien ya nos había acercado a los grandes misterios de la naturaleza, incluyendo los factores biológicos que influyen en algo tan importante como la elección de pareja.

Pero dejemos la educación. La salud también es importante. De ella nos hablan en todos los telediarios, en los que recogen la opinión de “los expertos”, que nunca sabemos quiénes son, pero que los hay y para todo, sea para referirse al nuevo gen descubierto en ratones que hace que las malas células tumorales se escondan, sea para advertirnos de enfermedades emergentes como la nomofobia.

¿Qué hacer con la salud? Gestionarla. Para eso hay gestores como los gerentes, directores, subdirectores, coordinadores y jefes de servicio que han sido empoderados para ello … por sus servicios, por más que mentes calenturientas piensen que lo son por su servilismo.

Pero no se trata sólo de eso, de gestionar un sistema público para hacerlo privado según las apariencias, porque en lo privado está la luz. No. Se trata también de empoderar a todos, incluso a los pacientes. Y para eso se hacen cursos de gestión del dolor, de gestión de la ansiedad y de gestión del stress. Mucha gente no se ha enterado de que lo que le ocurre, su ansiedad, sus miedos, sus dolencias, son por su culpa, por no saber reconocer “el poder del ahora”, es decir, por no haber despertado, como diría el gran maestro E. Tolle. Y así pasa lo que pasa, que hay gente a la que le diagnostican cáncer y no sabe que eso es, en realidad, un reto para crecer, del mismo modo que reto es también que a uno lo echen del trabajo pues es probable que en el paro se dé cuenta de la culpa que ha tenido en ello y de lo que realmente quiere y le gusta aunque nunca pueda llegar a satisfacer esas ansias y recaiga en ansiedades, controlables, eso sí, con el Tai Chi, el mindfulness o la aromaterapia.

Aun quedamos nostálgicos que creemos que uno llega a saber algo en la medida en que piensa y estudia, y que estudiar supone leer libros, reflexionar críticamente sobre lo que se lee y cosas así. Ese criterio facilitaba hace años que hubiera personas que pudieran hacer una carrera “por libre”, estudiando y presentándose a los exámenes. Había que hacer algunas “prácticas”, como en Química o Medicina, pero, a fin de cuentas, eso era un paripé. Ahora resulta que el paripé se ha empoderado y todas las clases han de ser presenciales, por aburridas que puedan parecer a insensatos que no se adaptan a la modernidad de estos tiempos, en los que, sin embargo, ha crecido extraordinariamente la atención prestada a la calidad, en la línea de la industria automovilística. 

Los criterios iniciados por los fabricantes de coches japoneses son ya seguidos con gran eficacia y eficiencia por todos. Y no sólo por Volkswagen u otras marcas de coches; también por los respetables colegios médicos y las tan respetables sociedades científicas que extreman su vigilancia sobre el buen hacer de los facultativos y pasarán en breve a exigir, con criterios de calidad y eficiencia, la  acreditación continuada de su empoderamiento, basada en cursos y comunicaciones a congresos (muchas de las cuales pueden realizarse en media hora; tampoco exigen tanto), todo puntuable en aras de la vigilancia… por ellos, pues sólo los empoderados podrán empoderar.

Tan profundas y esenciales iniciativas suponen hablar siempre del “valor añadido”, que los expertos sabrán qué es, y que seguro que existe. Y así proliferan cursos de todo tipo y así también se entra en rica interacción dinámica entre médicos, educadores, políticos y conductistas que nos conducirán a todos hacia la obligada felicidad que nos corresponde. 

A pesar de las evidencias, seguirá habiendo, sin embargo, obstinados que crean que todos esos esfuerzos tengan como fin sólo una infantilización de la sociedad.