Mostrando entradas con la etiqueta Colegio Médico. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Colegio Médico. Mostrar todas las entradas

sábado, 30 de marzo de 2019

MEDICINA. De médicos y premios




¿Por qué alguien decide hacerse médico? Es una pregunta distinta a las que se refieren a otras elecciones de profesión y sólo compartida con la opción por dedicarse a cualquier actividad sanitaria (enfermería, fisioterapia, psicología clínica...). 

Es una cuestión que tiene que ver con la cura y el cuidado. Sabemos que el término “cura”, aplicado a los sacerdotes católicos, se relaciona con la “cura animarum”. En el ámbito clínico estamos ante el intento de una cura más amplia, la de cuerpos y almas, la del ser humano integral en su extraña singularidad. Se intenta reparar, desde un conocimiento empírico, y que últimamente bebe de la Ciencia y sus aplicaciones técnicas y farmacológicas, la falta que orgánica o funcionalmente es reconocida como enfermedad, con su constelación semiológica, con el sufrimiento que implica y con el riesgo que puede comportar de muerte. 

A veces, la decisión de ser médico se toma desde un deseo claramente percibido. Muchas más veces, ese deseo, si existe, es reminiscencia más o menos inconsciente de una imagen infantil. En muchos casos, la vocación resulta de la admiración por otro que la mostró con su ejercicio profesional como médico y que, siéndolo, parecía algo más, un portador de vida, un salvador. En ese sentido, hay médicos que, sin proponérselo, facilitan una transmisión de deseo vocacional. Las relaciones transferenciales suelen ser tan importantes como ignoradas.

Ahora bien, el ejercicio de la Medicina no se contempla sólo como el resultado de un conocimiento al servicio de lo que implica la vocación por la cura y el cuidado del otro. También es contagiado por una cierta actualización del viejo “cursus honorum” para bien y para mal en modo curricular. A un profesional se le exige así no sólo un saber, sino que es más bien reconocido por lo que logra hacer como científico o como técnico, sea en el ámbito médico, quirúrgico o básico. La Medicina es así una “carrera” incluso tras la obtención de la licenciatura y ese término ya dice mucho, porque nuestros médicos jóvenes y no tan jóvenes entienden que el ejercicio profesional es carrera literal, de correr, de competir con otros por lograr un buen status económico y prestigio social. 

Esa concepción legítima por hacerse un nombre como médico, y que puede redundar indirecta y beneficiosamente en los pacientes, puede llegar a priorizar lo curricular frente a lo vocacional. Y este criterio no rige sólo entre médicos. La sociedad exige cada día más una competencia, entendida generalmente como rivalidad entre profesionales, de la que surgirán desde los premios Nobel hasta los “top doctors”.

La tentación está servida ya a los más jóvenes, de tal modo que es posible cada año pronosticar qué especialidades serán elegidas por los “mejores” en el examen MIR y que incluirán las que potencialmente permitan aspirar a buenos ingresos, más honores o ambas cosas. La Medicina de Familia o la Geriatría no serán las opciones predilectas.

El extraordinario desarrollo técnico ha facilitado, no sólo para bien, la especialización de la Medicina en detrimento de la concepción generalista, promoviendo una mirada médica técnica y parcelada y que, en el caso quirúrgico, lo es en sentido literal con la delimitación del campo operatorio. La escucha atenta, la palabra que anima y sosiega, son sustituidas cada vez más por el enfoque biométrico, algo que se hace delirante en el contexto anti-científico conocido como Big-Data, una deriva que ya se había anunciado con la perversión de la herramienta estadística que confunde sujeto con individuo muestral. 

Y, sin embargo, el sufrimiento es siempre subjetivo y singular y, como tal, exige a alguien, nunca a una máquina ni a un médico “algoritmizado” que se parezca a ella, que lo acoja. 

La singularidad de cada paciente lo es también de la relación clínica y, en ésta, la función del médico va más allá de un saber, aun siendo éste imprescindible. Supone una aceptación amorosa del sujeto enfermo, compasiva con él en sentido riguroso, de ser permeable a un pathos y, a la vez, mantener la distancia necesaria que exige su comprensión y tratamiento del mejor modo. Y eso supone una posición que va más allá de la del científico, aunque su saber lo sea. Eso supone un arte, el de soportar la incertidumbre transmitiendo confianza, el de potenciar los recursos de cada cual desde el reconocimiento de su ser temporal. En las situaciones más miserables, la presencia del médico puede, paradójicamente, recordar la vieja aspiración de la Kalokagathia.
 
Podríamos concebir la Medicina como la relación armónica de dos actividades necesarias, la de los científicos y técnicos que permiten, con sus investigaciones e invenciones, un mejor conocimiento del organismo enfermo, de su diagnóstico y tratamiento, y la de los que podríamos calificar de médicos de batalla o de trinchera, esos que se enfrentan cada día al sufrimiento de muchos y que no tendrán tiempo para otra cosa.

Es bueno, es imprescindible, que la sociedad sepa reconocer no sólo brillos de avances epistémicos y tecnológicos, sino que también aprenda a valorar y agradecer la dedicación constante, abnegada, reservada, opaca tantas veces, de muchos médicos que siguen haciendo de su profesión algo extraordinariamente noble, porque poco lo es más que curar, paliar o acompañar a quien sufre en su cuerpo y a quien le duele el alma.

Este año, el Colegio Médico al que pertenezco ha tenido el acierto de reconocer ese trabajo callado y necesario, vocacional, premiando a un hombre que lo lleva realizando durante muchos años, en los que además ha sabido contagiar a otros la pasión por la Medicina. Conocer a alguien así es siempre un privilegio. Con su decisión, el Colegio Médico de A Coruña no sólo premia a una persona, sino que se premia a sí mismo al realzar su propia bondad como institución necesaria, especialmente en tiempos de derivas tecnicistas, para mostrar a la sociedad, a la que se debe, la noble aporía de la simple y, a la vez, difícil tarea que supone ser médico.


Con gratitud y admiración, a mi amigo el Dr. Alfonso Solar Boga

domingo, 2 de abril de 2017

MEDICINA Y PSICOANÁLISIS. Una deriva inquisitorial.



El Colegio Médico al que pertenezco ha emitido recientemente un boletín en el que, además de noticias de gran interés sobre agendas culturales, incluye una nota relativa a algo tan importante como la existencia de un “Observatorio OMC contra lasPseudociencias, Pseudoterapias, Intrusismo y Sectas Sanitarias”.
Se incluye en él un “formulario para denuncias” , algo que no está nada mal en la lucha contra intentos demoníacos anti-científicos.

No se trata, pues, de una iniciativa local, sino que es la Organización Médica Colegial (OMC) la que acoge la protección de la ciudadanía con una iniciativa de vigilancia, incluyendo denuncias, que defiende el buen hacer médico frente a la influencia poderosa de charlatanes y pseudo-científicos varios.

Una iniciativa sin duda necesaria si se piensa que alguien mayor de edad, cuerdo y educado en un país civilizado como parece ser España, sigue siendo una criatura a la que hay que evitarle el esfuerzo intelectual de distinguir el grano de la paja o de diferenciar un médico titulado de un charlatán quiromántico. Parece que tan extraordinario y loable esfuerzo organizativo redundará en una mejor educación y más eficaz vigilancia en aras de la salud de los españoles.

El documento que recoge tan feliz propósito aporta tres enlaces, ninguno de los cuales parece resultado de un agobiante trabajo colegial. Uno de ellos nos dirige a un extenso y aburridísimo documento elaborado en 2011 por el Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad en el que se analiza la situación de las terapias naturales.

Hay otro “link” llamativo que no parece ser fruto de esforzados médicos colegiados sino de “un grupo de personas preocupadas por el auge de las terapias pseudocientíficas y del daño que están haciendo a la salud pública, aprovechándose de la falta de cultura científica en la mayor parte de la población”. Así es como se define la “Asociación Para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas”Esta asociación “ha sido creada en la Comunidad Valenciana, pero es de ámbito  nacional,  y presta  su ayuda y pretende  conseguir sus finalidades, en la medida de sus posibilidades, en todo el Estado Español”.

Finalmente, hay un tercer enlace que nos facilita saber de un modo rapidísimo si una práctica está incluida en las pseudociencias, al presentar todas éstas en formato de fichas.  El esfuerzo de sus dignos autores no parece haber pasado por una gran labor de lectura previa, si se echa un vistazo a la escasa bibliografía en que se apoyan  y asumible por cualquier círculo de “escépticos” que se precie. Citan a Martin Gardner. Nada menos. El escéptico y a la vez creyente Gardner , que tal vez se echara las manos a la cabeza al ver cómo su nombre es usado en apoyo de tan pobre discurso. Y tampoco dudan en apoyarse en la colección "Vaya timo"Bunge, también citado, estaría contento. 

¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué personas adultas han de ser “protegidas” de lo que no es ciencia?

Asistimos a una tendencia dicotómica, algo habitual en todos los órdenes, desde el fútbol a la política; buenos o malos, científicos o pseudocientíficos. Y parece defenderse, especialmente por los llamados a sí mismos "escépticos", que, si algo no es ciencia, es pseudociencia y, como tal, ha de ser conjurada. En ese proceso de purificación se dan dos fases, la iluminación de los necios y el ostracismo de los culpables. Y así un Colegio Médico puede pasar de acoger la posición de médicos homeópatas en un periódico local a condenarla al silencio. Y no seré yo quien defienda la homeopatía. Pero vivimos en un país en que no hay grados, sino oposiciones, sí o no, bueno o malo, todo o nada.

¿Quienes deciden sobre la verdad y el bien? Los “expertos”. Siempre existen, aunque no los conozcamos. A ellos aluden todos los días en los telediarios. “Expertos” y sociedades “científicas” rigen nuestras vidas, sea para explicar terremotos, sea para hablar del suicidio de células.

La acogida por parte de la OMC de enlaces de asociaciones protectoras de enfermos es llamativo.

Parece que vivimos, si alguna vez no lo hicimos, en tiempos de ortodoxia, ya no religiosa sino científica, como si la Ciencia no se bastara a sí misma y precisara de un apoyo que evoca la censura inquisitorial.

Y esto ocurre en Medicina, una práctica, porque práctica es, que difícilmente puede calificarse de científica, aunque en la ciencia se apoye, pues es técnica pero también relacional, transferencial, singular encuentro de subjetividades. Una práctica en donde las bondades de la llamada “evidencia” son lo que son, resultado de reificación revestida en demasiados casos de sesgos por conflictos de interés. No son pocos los fármacos de efecto “evidente” que han tenido que ser retirados del mercado tras un corto período de fármaco-vigilancia.

No sólo hay que elegir entre ciencia y pseudociencia. La Filosofía no es una ciencia. ¿Alguien sensato la calificaría de pseudociencia? Y lo mismo ocurre con la Literatura, con el Arte… Y también con la Medicina misma, a pesar de muchos médicos embelesados por el reduccionismo molecular. La Ciencia auxilia a la Literatura, al Arte, en mayor medida aun a la Medicina. Pero no absorbe a esas facetas del saber, del interrogar humano.

El Psicoanálisis entra, de la mano de aparentes ignorantes de lo que es tal cosa (ya se sabe que la ignorancia es atrevida), en el club de las pseudociencias en los últimos dos enlaces citados . Habrá quien lo ponga al lado de la aromaterapia y se quede satisfecho. Parece algo lógico en ese esquema aparentemente infantiloide y maniqueo que no sabe de una clasificación que no sea binaria, oposicional.

Hay dignos colegiados que ejercen, para bien de muchos pacientes, el psicoanálisis. Pueden adivinar lo que le espera a su práctica cotidiana en caso de que la OMC siga empeñada en ese empeño cientificista que lesiona a la propia Ciencia, pasada a ser confundida con un producto bibliométrico de mero interés curricular y con expertos y sociedades "científicas" como nuevos sacerdotes de una ciencia hecha religión.