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viernes, 30 de septiembre de 2016

LAS PRISAS. De la caligrafía a los cuadernos para colorear.


El 29 de septiembre, Google nos recordaba, con un “doodle”, el 117 aniversario del nacimiento de Ladislao José Biró, el inventor del bolígrafo, que sustituyó en la práctica a las plumas, incluyendo las estilográficas, con un efecto olvidado: la mayor comodidad y rapidez que permitió en la escritura a expensas del cuidado en su forma, en la caligrafía, algo absolutamente obviado por la máquina de escribir, también en aras de la rapidez. Finalmente los teclados electrónicos han facilitado que casi nadie escriba ya a mano y que quienes lo hacían lo vayan olvidando, siendo su escritura cada vez más torpe. El término “manuscrito” fue dejando así de ser literal. 

La caligrafía era algo más que mero adorno, suponía un respeto al lector a quien se destinaba el escrito. En nuestros días, olvidada ya esa disciplina, estamos en curso de que se desprecie el otro aspecto esencial de respeto en la comunicación escrita, la ortografía; un respeto al lector y a la propia lengua. 

Las prisas por decirnos hacen que cada día digamos menos de nada y lo digamos peor, primando un parloteo escrito lleno de faltas ortográficas a expensas de la comunicación real.

Las manos, que en tiempos adquirían destreza en la escritura y, siendo ésta laboriosa, requerían una reflexión previa a lo que se había de escribir (e incluso el trazado de líneas a lápiz que dirigieran las palabras), se han convertido en apéndices frenéticos de un teclado.

Pero no sólo para escribir tenemos manos. Muchas actividades laborales siguen siendo manuales en sentido literal y muchas manos dan, encallecidas, noble fe de ello. Y otras actividades artísticas también las requieren: tocar un instrumento, dirigir una orquesta, pintar, esculpir… 

¿A quién no le gustaría pintar bien? El problema reside en que se requieren dotes y trabajo. No es fácil hacerlo. Pero nos ocurre como sucedió con la escritura, estamos apresurados. Todos hemos de ser capaces de todo (cualquier libro de autoayuda nos lo dirá) y hemos de poder pintar algo hermoso aun cuando nunca hayamos cogido un lápiz. No es extraño, por ello, que desde hace algunos meses, quizá un año, algunas librerías oferten una cantidad considerable de cuadernos de colorear para adultos. Son como los que teníamos de niños pero sin una imagen de guía al lado y con mucho mayor detalle. Los temas son muy diversos aunque agrupables en mandalas, personas, paisajes, patrones geométricos, etc.

Si hay quien dice que hacer casitas juntando bloques de plástico retrasa la aparición de la enfermedad de Alzheimer, ¿por qué no colorear láminas, que seguro ha de ser saludable en general? Ya se sabe, con los lápices nos concentramos en el momento y nos desprendemos de la ansiedad cotidiana coloreando todas las hojas de muchos arbolitos; hasta se invoca a Jung cuando de rellenar mandalas se trata (muy distinto sería hacerlos de verdad, con arena). Es probable que, si combinamos el “mindfulness” con pintar láminas y algo de "coaching", alcancemos definitivamente el nirvana. 

No sorprende que abunden ya las webs y "apps" para buscar ávidamente láminas en “pdf” que podrán ser impresas para su coloreado posterior. Incluso podemos prescindir de lápices sustituyéndolos por el coloreado electrónico en “tablets”. 

Todo el mundo se prepara para tal avalancha de creatividad terapéutica que, para variar, considera la relajación como la meta esencial a lograr. Dicen que es difícil montar los muebles de Ikea y, quizá para compensar esos disgustos y trabajos, la firma proporciona láminas con las que llenar de colorido los dibujos de sus interesantes elementos. 

El Reader’s Digest acertó en su propósito no declarado explícitamente: confundir conocimiento con información. Desde esa óptica, cualquier novela genial puede resumirse al argumento esencial. Ese espíritu es aplicado ya cotidianamente a la lectura compulsiva en el ordenador de titulares de prensa o síntesis de argumentos de novelas o películas, a la transmisión de cualquier tontería por whatsapp, y ahora también al desarrollo de la creatividad oculta, coloreando sin pintar. 


No se trata de enaltecer nostálgicamente el pasado, sino sólo lo bueno de él. Parece importante recordar que la comunicación requiere calma, sosiego y silencios, algo que fue en su día facilitado por el modo de escribir. Cualquier manifestación de creatividad artística, sea hacer ganchillo o pintar, requiere esa calma y tesón necesarios sin sucedáneos. Las prisas no son buenas, ni siquiera para relajarse.