sábado, 31 de marzo de 2018

PSICOANÁLISIS. Sobre el libro "Banalizaciones contemporáneas: lenguaje sufrimiento, enfermedad y muerte".


Lierni Irizar es psicoanalista. Recientemente ha aparecido su nuevo libro, “Banalizaciones contemporáneas: lenguaje, sufrimiento, enfermedad y muerte”.

Se trata de una obra muy recomendable porque incide de un modo lúcido en la banalización de lo humano, en la que corremos el riesgo de instalarnos gracias a una deriva tecno-cientificista que, yendo más allá de legítimos fines epistémico y aplicativo, deviene en promesa salvífica.


¿Por qué alguien escribe un libro como éste? La autora lo indica con meridiana claridad al inicio: “Este libro es mi forma de decir no”. Y, tras la lectura del texto, confirmamos que, efectivamente, eso se ha pretendido y a eso se nos convoca, a decir “no” a una deshumanización, a una enajenación equivalente a un cómodo sueño facilitado por la promesa técnica.


El libro está prologado nada menos que por Gustavo Dessal, psicoanalista y escritor, quien nos introduce sabiamente en lo que supone una obra que, siguiendo a Freud y Lacan, toma en serio la existencia, singularizada y determinada por la vulnerabilidad y la falta.


La autora toma apoyo inicial en la “banalización del mal” planteada por Arendt como discurso lógico. Realza el valor del diálogo socrático pero nos lo muestra insuficiente al no reconocerse en él algo que alcanzará a ser mostrado por Freud, “que el sujeto está dividido, que hay aspectos inconscientes que nos piensan”. Y, de ese modo, la verdad que se puede descubrir en un análisis no es la universal, socrática, sino la particular y subjetiva. 


A partir de ahí, nos introduce muy bien en lo que implica el psicoanálisis, aclarando los términos de imaginario, simbólico y real, para contrastar lo que puede ofrecer esa perspectiva clínica con lo que nos promete la tecno-ciencia, que pretende sustituir las palabras por la imagen, en una  obsesión métrica que aspira a la uniformización, a la integración del diferente, no a su acogida, algo que Lierni muestra claramente con algunos ejemplos de sufrimiento añadido “por el bien del otro”. 


No sorprende que esa obsesión por la imagen haya inducido los dos grandes macro-proyectos de investigación cerebral, el “BRAIN” y el “Human Brain Project”, asumiendo que permitirán sustituir el sacrosanto DSM por algo mucho más alienante, el modelo RDoC, basado en hipotéticos futuros biomarcadores, que permitan encasillarnos y adiestrarnos si se precisa.

El discurso habitual, pragmático, en que nos movemos hoy, surge del modelo capitalista, por lo que no extraña que se reitere hasta la saciedad la perspectiva del sujeto como empresario de sí mismo, como culpable de todo lo que le ocurra (ser despedido, sufrir una enfermedad, no cumplir la obligación felicitaria…). Ya estamos habituados a que nuestros hospitales, que debieran ser reducto de lo más humano, por carencial, se perciban como empresas, regidas por un amo terrible llamado norma. Lo dice “LA  NORMA”, oímos de forma cotidiana, para hablar del bien y del mal, para defender el encorsetamiento del protocolo que no precisa la escucha, para asumir ciegamente lo que digan sociedades autodenominadas científicas aunque desconozcan que es eso a lo que se llama ciencia. 


El ideal es ya algorítmico y, en su nombre, se habla de una "medicina personalizada", "de precisión", que es precisamente la más despersonalizada que imaginarse pueda uno, ya que confunde a los pacientes con sus marcadores, concibiendo una persona como un organismo portador de información genética - neuronal. Se trata de buscar bio-marcadores y de desarrollar “apps” que permitan llegar a prescindir del encuentro clínico, algo que ya está en marcha.


Al trabajar yo en un hospital, recojo algo que me parece especialmente oportuno en el libro de Lierni. Dice que “el hospital es en algún modo una ciudad dentro de otra, un lugar en el que la vida está en suspenso. Es como entrar en otro mundo, otra temporalidad, otro espacio y otro ambiente, otro aire, otra atmósfera”. Hace años se hablaba, de hecho, de “ciudades sanitarias”. El hospital no es muy hospitalario sino paradójicamente inhóspito. 


Oliver Sacks, fallecido hace poco tiempo, es tenido en cuenta en el texto por haber realzado algo tan olvidado hoy como el encuentro clínico, caso por caso, narración a narración. Algo que, no por ignorado, deja de ser fundamental.


Es natural que un libro producido desde la experiencia clínica psicoanalítica cite a grandes psicoanalistas. Pero es bien sabido que la literatura precede al psicoanálisis. Lierni Irízar lo tiene bien en cuenta al contar con Unamuno, Kundera, Mankel, Philip Roth, Saramago, o el gran Zweig entre otros.


El capítulo final, sobre el final mismo, sobre la muerte, nos sitúa brillantemente ante algo que sólo vemos en otros desde nuestra fantasía de inmortalidad, que no soporta el sabernos mortales. Una  fantasía que, gracias al exceso técnico, llega a tornar en delirio transhumanista con aspiración de una extraña y nada deseable inmortalidad. 


La autora, que se ha limitado a citar previamente esos delirios, incluye en su discurso final a un gran historiador de lo que ha sido la muerte en Occidente, Philippe Ariès.


Estamos, pues, ante un texto que merece ser leído y retenido, porque resistirse a la banalización de las grandes carencias, de la gran castración final que la naturaleza nos impone, implica asumir la tragedia, la belleza y la bondad de ser, a pesar de todo, humanos, y aceptar que eso es algo que vale la pena y que supone la necesidad ética de "decir no" a muchas cosas.



4 comentarios:

  1. Querido Javier, gracias por tu estupendo comentario, por tu generosidad que he podido constatar en diversas ocasiones.
    Siempre es un placer leer los comentarios de alguien a quien se respeta y admira intelectualmente.
    Compartiré con mucho gusto tu texto.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querida Lierni,
      Gracias a ti por tus palabras.
      Me alegra mucho que te haya gustado esta reseña. Tu libro tiene muchos aspectos que merecen ser favorablemente comentados. Espero que tenga la difusión que se merece un texto así, en línea con los que ya publicaste.
      Un abrazo

      Eliminar
  2. Enhorabuena a Lierni Irizar por su libro. Y gracias de nuevo a ti, mi querido amigo Javier por tus comentarios. Me resulta muy significativo que resaltes lo de "medicina personalizada", un término, lo de "personalizado" extendido, hasta la náusea, en tantas propuestas comerciales. Usado, precisamente, para descartar la persona. Un trato "personalizado" con el equivalente a "plastificado", en la misma línea: para mantener, precisamente, al margen al ser humano, colocándolo en la serie de otras "plastificaciones", con el objeto de que no se manche ni contagie de lo humano. Bastaría una fotocopia con determinados datos y cifras para "solucionar" sus males y conflictos. Una pena.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querido Fidel,
      Muchas gracias por tu reflexión. Estamos, desde luego, ante la perversión del lenguaje, que alcanza lo más sagrado, tratando de cosificar el alma humana. Es tal como dices. Del mismo modo que somos reconocibles en sistemas de vigilancia por nuestro DNI, nuestro iris o nuestra huella digital, se persigue que la Medicina actúe sobre los marcadores bioquímicos y morfológicos con los que se pretende identificar a cada paciente como tal. El cuerpo es fragmentado y esos fragmentos susceptibles de corrección, sean alteraciones bioquímicas o psíquicas. Una plastificación, como bien dices.
      El uso perverso del lenguaje facilita extraordinariamente la afinidad hacia la mercantilización, que implica la reificación de todo lo humano. Ocurrió con otros términos. Uno fue el de "calidad". Sabemos qué es eso, una mera acumulación de registros absurdos que alienan la actividad clínica en beneficio de empresas de auditores, de "formación de formadores" y demás sandeces, pero que suponen un gran negocio basado en una burocracia absurda, sin que reporten beneficio clínico alguno. Otro término fue el de la "evidencia". Parecía bueno al principio; nada mejor que una medicina basada en lo evidente... y así sería si la Medicina fuera una ciencia y si el trabajo que proporciona esas evidencias fuera riguroso, exento de conflictos de interés, cosa que bien sabemos que no ocurre.
      Y ahora, surge lo "personalizado" que parece remitir a lo viejo renovado, a la relación humana, personal. Pero lo personalizado pretendido no es tal cosa, como no lo es la Medicina de precisión. Suena bien, eso sí, mejor que algo que parece ir cayendo en desuso como "gestión". En mi hospital he visto en alguna ocasión que impartían cursos sobre "gestión del dolor"; así, como suena.
      Las "apps" de los móviles facilitarán esa personalización despersonalizada, esa individualidad que pretenden que prevalezca sobre la singularidad subjetiva. El desarrollo de sensores con las correspondientes "apps" convertirán nuestra casa, nuestra calle, el cine, cualquier lugar en el que estemos, en un sanatorio.
      Políticamente se discutía entre el valor de la seguridad y la libertad. Eso ahora está ocurriendo a escala singular en lo más íntimo, en el cuerpo. En nombre de su seguridad / salud, sólo podremos sobrevivir; nunca vivir en realidad si dejamos que las cosas sigan su curso mercantil.
      Una pena, sí.
      Un abrazo

      Eliminar