lunes, 3 de julio de 2017

EL DELIRIO TRANSHUMANISTA. De las nubes celestiales a la nube electrónica.



“Serán vecinos el lobo y el cordero, 
y el leopardo se echará con el cabrito”. Isaías 11,6

Hace años que se habla del post-humanismo, de la “muerte de la muerte”, de la trascendencia concebida de modo materialista. Los más prudentes se conforman con afirmar que el envejecimiento es una enfermedad y que será cuestión de tratarla.  

No son locos ni escritores de ficción sino científicos respetados quienes dicen esas cosas. Algunos hasta trabajan en el MIT. Algunos dirigen un hospital o un prestigioso centro nacional de investigación en nuestro país. 
Pero son poco visibles. Su prédica necesaria llega a precisar canales adecuados y, quién lo iba a decir, Cuarto Milenio, el programa por el que sabíamos de OVNIs, fantasmas y muñecos diabólicos, se ha hecho un medio magnífico para que sepamos de la felicidad futura alcanzable gracias a la tecno-ciencia. 

Podría parecer que asistimos al discurso de alguna religión que propaga la inminencia apocalíptica, tras la que 144.000 “ungidos” alcanzarán el cielo, y los buenos, aunque no logren esa elección divina, vivirán felizmente en la nueva Tierra, en la que pacerán juntos el león y el cabrito. Pero no. Eso supondría una intervención divina, la del dios abrahámico. Y no, no se trata de eso, sino de lograr algo por nuestros propios medios. 

Ya se decía hace tiempo que “las ciencias avanzan que es una barbaridad”. Pues bien, tan es así que se espera la inminencia de la singularidad tecnológica, esa que permitirá hacernos inmortales hacia el año 2045 que, como quien dice, está a las puertas. Hay quien asegura, con razón, que sería auténtica mala suerte morirse antes de ese año, claro que para eso disponemos de la criogenización como puente transitorio. 

Los caminos científicos a la trascendencia son diversos. Uno de los contemplados reside en transferir nuestra mente, un software biológico a fin de cuentas, a una secuencia de bits; tampoco son tantos, pueden cuantificarse en “gigabytes”, pero aunque fuera en “teras”, “petas” o hasta “yottas”, ¿será por falta de medios? Y esa secuencia de bits movilizaría físicamente algo, sea instrumentos robóticos y ordenadores, sea incluso un cuerpo construido biónico o totalmente biológico. 

La aproximación NBIC (nano, bio, info, cogno) podrá conseguir el sueño de la inmortalidad.

Cualquier persona sensata pensará que estamos ante un delirio que, si fue aceptable en el caso del héroe Gilgamesh, cuya epopeya se escribió hace ya unos cuantos años, no lo es ahora. Pero supongamos por un momento que fuese realizable semejante locura. ¿Quién se haría inmortal? ¿Todos? No lo parece. Del mismo modo que podría decirse que la humanidad ha conquistado la Luna, se diría que la humanidad consigue la inmortalidad, pero, como en el caso de la Luna, se trataría al final un pequeño grupo de personas el que logra o es beneficiado por el avance. 

¿Cuántos podrían hacerse inmortales sin asumir a la vez el amplio poder que tal cosa les conferiría y que supondría una esclavitud de todos los demás? El delirio transhumanista no parece precisamente un sueño democrático, pero incluso los aparentemente más realistas y nobles intentos de prolongar por muchos años la vida son de dudosa virtud. La vida supone un flujo de seres que de ella participan. Una vida muy prolongada, que sería accesible sólo a una élite, implicaría una congelación de la vida misma por la elemental razón de tener recursos limitados que reducirían en extremo la natalidad. ¿Para qué más gente? 

El planeta se llenaría de viejos temerosos de cualquier contingencia que la Ciencia no pudiera prevenir (violencia de todo tipo incluyendo ataques terroristas, accidentes, fallos eléctricos, etc.).

El problema realmente inmediato en la Ciencia reside en elegir qué queremos investigar, pues la completitud no parece posible. Y no parece prudente en modo alguno sostener económicamente delirios cientificistas, sea el de la búsqueda de la inmortalidad o el que satisface la tentación eugenésica que renace vigorosa. Es mucho dinero el que suponen esas investigaciones insensatas en contraposición con la falta de atención a problemas menos espectaculares pero propiamente humanos, como la pacificación, el mantenimiento de recursos acuíferos, la lucha contra enfermedades infecciosas y ya no digamos contra el hambre y la sed o el sencillo respeto al clima y la biodiversidad mediante medios preventivos adecuados.

Estamos ante el clímax de una nueva religión que emboba, como han solido hacer las religiones a lo largo de la Historia. 

Y estamos ante la gran confusión entre el cientificismo religioso y la religión de verdad, la que sí asume la trascendencia como una entrada en la realidad otra, aceptada desde una confianza radical en Dios en el caso de las religiones del Libro, o como transmigraciones que persiguen la purificación que logre el nirvana budista.

Ninguna religión ni ningún ateísmo que se precien persiguen la permanencia perenne en esta Tierra, ese inmortal aburrimiento.


Si es absolutamente respetable la creencia religiosa o su ausencia, no lo es tanto la costosa ensoñación delirante transhumanista que, a fin de cuentas, persigue un elitismo que ni los nazis llegaron a imaginar; ellos parecían conformarse con el Reich de los mil años, aunque acabó en doce.

6 comentarios:

  1. Javier,

    gracias por tocar este tema fascinante en tu blog.

    Creo que esto del delirio de la inmortalidad encierra también un profundo egoísmo. La "Humanidad" en sentido global está compuesta por todos los que somos, todos los que fueron y todos los que serán. Es fácil comprender que toda la Humanidad no cabe a la vez en la Tierra, por lo que es lógico que vivamos en una especie de relevo continuo, pues del mismo modo que todos los que somos tenemos derecho a vivir, nuestros antepasados también lo tuvieron y nuestros descendientes lo tienen adquirido, a pesar de no existir aún. Este es -por ejemplo- el argumento más importante a la hora de cuidar la naturaleza, pues si nosotros pudimos disfrutar del campo y la playa, no es justo que el resto de la Humanidad (la que ha de llegar) no pueda hacerlo porque nosotros hayamos llenado ambos espacios de residuos de plástico. También es la razón por la que protegemos las momias de Egipto o las cueva de Altamira: como cosas que son patrimonio de toda la Humanidad debemos garantizar que el resto de la Humanidad (la que ha de venir) pueda disfrutar de ello también.

    Pero a estos aspirantes a inmortales parece importarles un pito bloquear a su favor esta especie de "cola" que de facto todos hacemos para tener nuestra oportunidad de vivir, y se arrogan tranquilamente el derecho a decidir que otros no tengan la oportunidad de existir por aspirar a ocupar ellos todo un espacio para siempre.

    Un abrazo!

    Guillermo

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    1. Gracias a ti, Guillermo, por un comentario que ilumina la cuestión.
      Como bien aclaras, la Humanidad no es sólo el conjunto de seres humanos vivos ahora o en un determinado lapso de tiempo, sino que abarca a los que han vivido y a los que nacerán. Todo lo bueno que tenemos se lo debemos a muchos que nos han precedido.
      Hablar de Humanidad supone hacerlo de su historia, de cultura, no sólo de biología. El sueño transhumanista, lo expresas muy bien, supondría el bloqueo, la congelación, como si todos los millones de años transcurridos desde los primeros homínidos, como si toda la civilización, estuvieran destinados a "salvar" a unos cuantos.
      El transhumanismo tiene una marca esencial que es el egoísmo llevado al extremo ilimitado. Un egoísmo letal para la historia humana que se ha construido y que está por seguir construyéndose.
      Un abrazo
      Javier

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  2. Los poderosos electrónicos están transformando el mundo y ese esfuerzo justifica su posición, que va más allá de tener dinero. Estoy imaginándome a los poderosos de hace siglo costeando coros en las catedrales para garantizarse un entierro en la catedral. Ahí era el dominio del espacio, lo novedoso ahora es la transformación. Elon Musk, el nuevo héroe, tiene una fábrica que da pérdidas, que tiene problemas para garantizar la demanda y los mercados financieros lo han premiado dándole más valor a sus acciones que a BMW, una marca consolidada. Se premia la innovación y la capacidad de hacer que otros se vuelvan obsoletos. Los millonarios innovadores nos venden que ellos alcanzarán la inmortalidad y que nosotros seremos seres obsoletos. ¿Acaso no es la idea de fondo que existe cuando un grupo excluye a otro?.

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    1. Gracias, Esteban, por seguir enriqueciendo este blog con tus acertadas aportaciones, cada una de las cuales plantea hilos de discusión.
      Antes era, como dices, el espacio sagrado, la catedral. No sólo el espacio; también el tiempo, cifrado en número de misas mensuales, anuales...
      "Se premia la innovación". Subrayaría esta frase tuya porque tristemente se ve cada día más. Y no se trata de innovación real, sino de venta de humo. Por citar sitios concretos, lo veo en mi propio hospital, en el que se suprimen bibliotecas para generar, en su mismísimo sitio (esto es significativo), "espacios de innovación". Que espaciosos sí que son, pero en los que se innova eso, humo coloreado.
      El transhumanismo, tomando otro de los términos que utilizas, plantea la gran "exclusión". Ya no se trata de discutir si es factible o no (me parece demencial creer que lo sea), sino de ver a qué apunta y lo hace precisamente a eso que indicas: a excluir, a segregar a los que pudieran pagárselo con dinero o poder (o ambas cosas). Toda la civilización habría servido para mantener a momias vivientes en este planeta. Momias electrónicas, pero momias a fin de cuentas. En el caso de "She", de Haggard, al menos la poderosa se conformaba con regir una tribu, pero ya apuntaba maneras; miraba a Inglaterra.
      Un abrazo y gracias de nuevo.
      Javier

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  3. Leía hace un rato una noticia en la que el jefe del departamento de astronomía de la Universidad de Harvard aconsejaba a sus “amigos ricos” comprar “bienes raíces” en un exoplaneta, Próxima b, que orbita alrededor de Próxima Centauri (estrella más longeva que el sol, aunque tampoco inmortal). Es curioso que el titular de la noticia generaliza: “Los astrónomos de Harvard aconsejan…” Entonces pienso que el problema más grave está en el “nosotros” porque esa élite descerebrada aspirante a la inmortalidad (la única característica que podría justificar el afán que mueve al capitalismo), no lograrían sus propósitos si no fuera por un regimiento de mediocres que detentan cargos intermedios, infinitamente intermedios en un sistema infinitamente jerárquico, donde se practica el biopoder y el psicopoder; esos innumerables hombrecillos con sus parcelitas, más o menos grandes pero siempre limitadas y supeditadas, machacando a los que en ellas intentan vivir, serviles con los de arriba, prepotentes con los de abajo. Ante ese panorama una no puede evitar pensar que en este mundo es vergonzoso querer ser alguien, figurar, participar de la mascarada. ¿No?
    Un abrazo,
    Marisa

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    1. Gracias, Marisa, por este comentario en el que incides en algo que ya sufrimos antes de que los poderosos se hagan inmortales: los "cargos intermedios". Eso sí que no es utopía ni distopía, sino triste realidad. El engranaje capitalista y sus sueños delirantes implican una dinámica en la que son esenciales esos mediocres, esos cargos intermedios que, a pesar de no pertenecer a ningún ejército, se comportan peor que en cualquiera concebible. Los sufrimos en sanidad, en educación, en todos los órdenes.
      Esos cargos intermedios son los que facilitan la implantación de la neolengua (eficiencia, coaching, innovation, autoestima, gestión del dolor, inteligencia emocional, y todos los blablablas imaginables), son los que asumen como postulados las insensateces de sus jefes.
      La lógica capitalista tiene un problema con la muerte. En ella no hay ya la salvación en el otro mundo ni siquiera en la historia, sino aquí y ahora o en el año 2045. Sólo el pretendido triunfo ante la muerte iría de la mano del triunfo absoluto del enriquecimiento personal y de la esclavización de los otros, de los pobres. Si el faraón tenía su pirámide, sus escribas tenían también sus tumbas, sus libros d los muertos y esas cosas. Si el transhumanismo contempla la inmortalidad de quienes se la puedan permitir, los menos ricos acabarán también pudiendo echar raíces, como indicas al principio, en algún planeta en el que seguir el modelo de sus amos.
      Un abrazo,
      Javier

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