jueves, 27 de noviembre de 2014

Te recuerdo Amanda

Lo poético resuelve la contradicción.
”La vida es eterna en cinco minutos” cantaba Joan Baez. Cantaba algo que escribió un hombre a quien cortaron dedos y lengua… porque escribir y cantar es terrible y temible para los bárbaros servidores de un tirano. Da igual que ese amo sea alguien concreto, un ente incorpóreo o un ideal religioso.
La vida es eterna en cinco minutos, pero también puede serlo en diez o en uno, o en un segundo. En mil años o en un nanosegundo. Porque lo eterno supone estar fuera del tiempo. En la canción se muestra la clave de esa eternidad: no es la duración de un estar sino la inefabilidad de un ser en el amor. Cuando dos miradas se cruzan en un instante amoroso todo se funde y Dios existe. Y la eternidad. Y el cielo… And nothing else matters, como canta Metallica. Basta con un beso, aunque sea el último, como indica esa preciosa canción de Rammstein  (Nebel) “…Der letzte Kuss. Er erinnert sich nicht mehr”.
Sólo una cosa es necesaria, decía Jesús, ese judío apocalíptico y peculiar. Y también que la verdad nos haría libres. Pero nunca se le ocurrió indicar qué cosa era necesaria ni qué era la verdad. Y es que sólo si uno olvida su vida y renace en su recuerdo puede saberlo y, en ese caso, ¿para qué decirlo? Ya se encargará el viento de hacerlo, que para eso sopla donde quiere, sin que nadie sepa de donde viene.
Ser seres hablantes significa mucho más que hablar. Supone algo que suele ignorarse, la posibilidad del silencio, del vacío que deja penetrar el susurro amoroso, eterno… cuando nada hay y esa nada todo lo llena.

En la palabra está la salvación cuando, curiosamente, la palabra misma
no se expresa y la vida retorna a su origen. En la palabra callada podemos ser dichos.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Un suave susurro

Tanto si somos ateos como creyentes podemos asumir que Dios es una construcción semántica que dice todo y, a la vez, no dice nada. Tal vez la mejor o quizá la única aproximación a lo que se expresa con ese término sea la mística. Fuera de ella, desde la que todo es inefable, no habría nada que decir. Es decir, el que cree creer ha de callar. Y el que no cree no precisa hablar para rebatir silencios.
Cuando Nietzsche se refirió a la muerte de Dios, hizo un favor tanto a ateos como a creyentes porque ese Dios está bien estando muerto o, lo que es lo mismo, olvidado. Porque ese Dios no es Dios. Porque Dios no es concebible y cada vez que usamos ese término a lo mejor que podemos referirnos es al gran vacío oscuro o de luz cegadora, esencial, inconsciente, inaccesible, que nos funda. En cierto modo, al misterio impenetrable que nos constituye y del que no hay modo de hablar. Cualquier otra cosa es reduccionismo teológico antropomórfico, el refugio de religiosos ortodoxos o de religiosos ateos como Dawkins.
Pero hay posibilidad de creencia que es esperanza desesperada en que esto, esta realidad extraña en la que vivimos y que nos constituye, tenga sentido. No como algo racional, sino perceptible desde la belleza, poéticamente. No es necesario invocar la eternidad siendo temporales y habiendo instantes eternos. Einstein cifraba su creencia en el Dios de Spinoza. ¿Por qué no? ¿Por qué sí? No hay razones, sólo sentimientos.
Esa esperanza supone asumir el valor de la vida, a pesar de los pesares. La insondable belleza del mundo nos soporta. El Gran Espíritu nos sostiene aunque, polvo de estrellas, retornemos al polvo. El Deus ludens es próximo a los niños, que saben del goce de jugar. Si no renacemos no llegaremos nunca a nada. El Deus absconditus ya bastante ha hecho determinando con la ley física lo que no puede ocurrir, legislando en negativo. El Dios judaico abandonó a Jesús al final. ¿Cómo esperar que nos arregle la vida? Sin embargo, a veces, sólo a veces, es posible percibir a lo Innombrable como sentido amoroso de la naturaleza, de todo cuanto existe, desde un gatito que nos mira hasta una galaxia lejana cuya antigua luz observamos.

Y es que a veces, sólo a veces, lo Innombrable, el misterio más radical, se manifiesta, como dice el Libro de los Reyes,… en un suave susurro.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Hygieia

En la célebre pintura de Fildes, “The Doctor”, se muestra resignación esperanzada. Se reconoce la limitación del médico pero permanecen la espera de él y la esperanza en él. Acompaña. Lo hace en una casa humilde.
Un médico es un ser humano. En él se puede esperar, confiar, incluso ciegamente; algo que, sin embargo, no es factible hacer con la Medicina. Un médico nos podrá ayudar curando,  paliando o acompañando, pero la Medicina nunca conseguirá detener el gran río de la vida, en el que es precisa la muerte para que la vida permanezca, resurja.
Saber de nuestra muerte nos hace vivos, de un modo distinto a los animales. Para bien y para mal. Para bien porque podemos percibirnos radicalmente como seres existentes, como sujetos, Dasein, únicos y condenados a nuestra libertad. Para mal cuando ese saber nos oprime en vez de liberarnos, cuando la angustia se convierte en una mera ansiedad que sofoca las ansias.
Cuántas promesas, desde las “balas mágicas” de Ehrlich hasta terapias génicas, con anticuerpos monoclonales o con células madre. Cuántos avances quirúrgicos. Cuántos éxitos pero, a pesar de todos ellos, sabemos que la Medicina sólo quiere saber, que es insensible a cada uno, a cada elemento de ese río que fluye y que seguirá haciéndolo mostrando que su manantial no se agota.
La Medicina nos estudia y es estudiada por quien quiere ejercer esa noble y vieja profesión compasiva en sentido auténtico. Pero no nos salvará individualmente. Tal vez enlentezca algo el río. Nunca nos salvará definitivamente. Eso lo sabemos aunque queramos olvidarlo. Y no hay olvido más patético que el del sueño transhumanista.
No sorprende que Klimt escandalizase con el recuerdo de esa extraña relación de la Medicina con nuestras vidas. La vida y la muerte se imbrican. Ambas se sostienen entre sí. Eros y Thanatos nos impulsan.
Hygieia ofrece a la serpiente la copa con agua del Leteo. Lo hace de espaldas al río de la vida. Lo seguirá haciendo. El higienismo actual es una pobre religión a cuyos creyentes su diosa les da la espalda.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

ANAMNESIS

Un hermoso término, ἀνάμνησις, que alude al recuerdo. No a un recuerdo cualquiera, sino a uno importante, esencial, nada menos que al de las Ideas en la concepción platónica.
Platón sigue atrayendo hacia esa realidad ideal, expresable como lenguaje puro, matemático. No sorprende que la belleza del mundo remita a su descripción formal como aproximación asintótica a lo real inalcanzable, ni que personas como Penrose sucumban a esa belleza intuida.
Pero hay un ámbito mucho más concreto, más “nominalista”, el de cada cual, al que también se aplica el término. Se trata de la Medicina.
La Medicina supone el encuentro  médico – enfermo, aunque no siempre, pues la moral higienista induce a muchos sanos (acomodados económicamente, no simples “asegurados”) a visitar al médico para llevarse la sorpresa de que no están tan sanos y, a veces, descubrir que están gravemente enfermos.  La hipocondrización generalizada y un nuevo santoral de enfermedades facilitan esos disgustos.
En el encuentro clínico tradicional se confecciona lo que suele llamarse historia clínica y una parte esencial de ella es precisamente la anamnesis, es decir, el recuerdo, por parte del paciente, de lo que puede ser importante de su trayectoria biológica y biográfica para que el médico pueda diagnosticar su dolencia y tratarla. Un recuerdo en el que las preguntas incisivas del médico son esenciales. Parece natural que esa escucha clínica se dé para que el acto médico sea lo que pretende ser, curativo. Sin embargo, asistimos hoy a un olvido de la anamnesis o, dicho de otro modo que muestra más a las claras lo paradójico de nuestra medicina, a un olvido del recuerdo. No es infrecuente, especialmente en el ámbito hospitalario, que ese olvido, que esa amnesia o negación de la anamnesis, tenga consecuencias dramáticas y, en ocasiones, letales. Mucho más frecuente es que suponga múltiples consultas innecesarias con una morbimortalidad sobrevenida.
El protocolo y los registros se enfrentan a la escucha y la mirada clínicas. De ese modo, la anamnesis no es inducida, escuchada y transcrita en un documento confidencial, sino protocolizada de modo parcial en una ficha electrónica. Protocolizar supone homogenizar, cuantificar, medir, restringirse a lo que el cuestionario protocolario determine, evitando la peripecia biográfica, obviando el contexto socioeconómico. Se da una transformación de la anamnesis tradicional, secreta a la vez, sostenida por el recuerdo necesario, íntimo, en una pseudo-anamnesis electrónica en la que la infracción a la moral higienista cobra especial protagonismo como marca, como pecado, sea como alcoholismo, toxicomanía, episodio psicótico o conducta sexual “anormal”. De ese modo, ya no se da el intento anamnésico sino que basta la observación del registro electrónico para que el médico – técnico se haga una idea del objeto a tratar, pues objeto es un hígado o un páncreas y no la totalidad que supone ser sujeto.
Nuestras historias electrónicas son historias de olvidos y recuerdos. De la anamnesis crucial hemos pasado al olvido de lo biográfico. Del recuerdo pasajero de lo importante nos hemos ido a la marca imborrable que no explica sino que ya justifica la enfermedad. No deja de sorprender que en una cultura laicizada, pretendidamente atea a veces, la enfermedad vuelva a ser considerada como consecuencia del pecado de uno (fumaba, bebía, era cocainómano, no se cuidaba…) o de sus padres (unos malos genes).
Hay enfermos que lo son porque han sido arrojados a la miseria. El hospital no contemplará nunca eso hoy en día; atendiendo al objetivo estadístico serán despachados en cuanto sean “alta” (a saber qué se entiende hoy por eso).
Un buen amigo tiene un excelente blog al que dio el nombre, en gallego, de “Pavillon de repouso”. Hoy no hay pabellones de reposo. Hoy no hay hospitales hospitalarios; sólo fábricas de reparación con los correspondientes controles, con su calidad ISO, pero fábricas al fin y al cabo. Y todo por olvidar el recuerdo y sustituirlo por la marca.


lunes, 10 de noviembre de 2014

CERCA DEL LETEO. Presentación del Blog

CERCA DEL LETEO.

Las aguas del Leteo están próximas. Impulsados por la sed tenemos la tentación de acercarnos a beber, aunque sabemos que quizá no sea la opción conveniente, que Mnemosine también aguarda.

La dulzura del olvido acaecerá si sucumbimos a ese deleite. Quizá tenga razón Nietzsche: “Seelig sind die Vergesslichen”. Pero ese olvido puede ser nefasto. El Leteo es propiamente letal.

Tal vez no sea necesario esperar a ver el gran río. Tal vez sea mejor olvidar antes mediante el recuerdo, un recuerdo inviable en soledad (¡ay del solo!, dice el libro sagrado). La sabia expresión de Freud implica ese oxímoron aparente: “wo Es war, soll Ich werden”. Y es que uno no puede hacerse sin memoria, pero tampoco sin el olvido que esa memoria paradójicamente permitirá.